17:00:00

Gabinete de Crisis de Ficciones Políticas 


Acta de la reunión 

Día: 2012-10-06
Hora: 19.00 (hora 17:10:00)
Lugar: Instalación de Jordi Colomer Prohibido cantar/No Singing AbiertoxObras. Matadero Madrid. 

[intersección agradece a Jordi Colomer, El Ranchito y Matadero Madrid la invitación a disponer de este espacio para la presente sesión]. 
Asistentes: Uriel Fogué, Rodrigo Castro, José Vela Castillo, Fernando Espuelas. 
Público asistente: 20 personas. 
Invitado: Ángel Faerna (Profesor Titular de Filosofía, Facultad de Humanidades de Toledo, Universidad de Castilla-La Mancha) 
Título de la sesión: "Materiales para una comunicación en la tercera fase" 
          Presentación del Grupo [Inter]sección. 
          Presentación del Gabinete de Crisis de Ficciones Políticas (GCFP) y de la presente sesión. 
          Presentación de Ángel Faerna y de Jordi Colomer 
          Vídeo introductorio: extracto de la película “Mars Attack” 
          La sesión comienza con la exposición del experto invitado, D. Ángel Faerna, en respuesta a la demanda del Gabinete de crisis sobre cómo comunicarse, si es que esto es posible, con los extraterrestres. El Gabinete convoca a un filósofo bajo la imperativa demanda de la necesidad de comunicación. 
          El experto comienza su reflexión cuestionando, en primer lugar, los acontecimientos ocurridos: interpretar la situación como una “invasión extraterrestre” es dar por sentado algo de lo que, en realidad, no tenemos datos suficientes, dado que podría tratarse, por ejemplo, de una mera visita de cortesía, o de una presencia accidental. De esta manera, el experto problematiza toda posible interpretación en bruto de unos datos que, hasta el momento son meros hechos fácticos. 
          A continuación, el filósofo plantea la necesaria cuestión de la intencionalidad: ¿Qué intenciones tienen los visitantes? En principio, las intenciones (de una persona, de un animal), al ser privadas e invisibles, son algo imposible de constatar a priori. Tan sólo se podrá suponer unas intenciones que luego, con el tiempo, podrán ser contrastadas con los acontecimientos. Incluso es difícil saber si tan siquiera tienen intenciones, como lo es atribuir intenciones a los animales evolucionados (caso real) o a las máquinas (caso hipotético). Si, por una parte se establece un criterio de analogía biológica, se partirá de la hipótesis de que los visitantes se parecen a nosotros por lo que, en consecuencia, tendrán intenciones. Mientras que si se establece el criterio de la conducta interactiva, será entonces, en la interacción continuada con ellos como podremos detectar la supuesta intencionalidad. Al no haber tomado contacto aún, el experto propone atenerse a la segunda opción, presuponiendo que, dada la tecnología que muestran, aparentemente superarían cualquier tipo de test conductista, (salvo el caso de que nos encontrásemos ante unos “autómatas biológicos”, lo que, en última instancia, se descubrirá con el tiempo. En todo caso, concluye el experto, parece que en principio podemos atribuirles intencionalidad. Entonces, ¿podemos entender sus intenciones? 
          Es en este momento que el experto introduce una noción clave: la de la “vehemencia de la pequeñez” (del filósofo hispano-norteamericano Georges Santayana): solamente si su “pequeñez” y la nuestra son parecidas podrá tener lugar una comprensión. Tan sólo si su vida cotidiana, sus experiencias, sus recuerdos, tienen algo en común con los nuestros podrá surgir algún tipo de comunicación. 
          A partir de este punto, el experto se pregunta: ¿Cuáles pueden ser las razones para que los extraterrestres estén aquí presentes? Para responder a ello, se plantea la cuestión de las necesidades originarias genéricas de una especie (atribuyendo por tanto a los alienígenas la condición de especie) y de la hipótesis de que su visita a la Tierra tiene como razón cubrir dichas necesidades. La satisfacción de las mismas por parte de los extraterrestres generaría dos escenarios posibles: uno pesimista, si estas demandas entran en contradicción con las de la especie humana y que nos abocaría inevitablemente a la guerra (sin atribuir ningún sesgo moral al hecho: la satisfacción de las propias necesidades por parte de una especie, a costa de otra, sólo debe ser interpretado bajo el prisma de la necesidad, no habiendo bien ni mal en este hecho adaptativo). El otro escenario sería el optimista, aquél en la que las demandas originarias de los visitantes serían coincidentes, o al menos complementarias, con las nuestras, lo que, en consecuencia, nos llevaría a un cierto tipo de acuerdo, permitiendo establecer una comunicación más allá de la guerra. 
          Tras este largo y necesario excurso, el experto presenta su tesis sobre la posible comunicación con los alienígenas. Dado que disponen de tecnología avanzada (lo que queda ejemplificado simplemente por su presencia en la Tierra), se puede suponer que tienen (un) lenguaje. El diseño y uso del utensilio implica necesariamente el contenido simbólico para generar su tecnología. Y, si tienen un lenguaje, la comunicación con ellos será posible puesto que todo es lenguaje es, por definición, traducible. 
          Se abre ahora un nuevo proceso: ¿cómo traducir este lenguaje? El primer paso consistiría en adelantar una hipótesis que ligue sus actos a posibles contenidos, es decir, que los convierta en señales/signos, lo que viene a ser lo mismo que (volviendo al inicio) atribuir una intención a sus actos. Las hipótesis deberán ser verificadas de modo empírico, lo que necesariamente implica que debemos interactuar con los alienígenas aún a riesgo de cometer errores (de malinterpretar sus gestos) que pueden resultar fatales. Este proceso de experiencia permitirá verificar la traducibilidad o no de sus gestos. El filósofo previene acerca de que la posibilidad de una traducción, no obstante, no pasa por encontrar un mínimo de comunicación (lo que usualmente se atribuye a los lenguajes formales altamente codificados, como la matemática), sino por encontrar, si lo hay, un mínimo de experiencias compartidas. Porque es importante hablar, en última instancia, de aquello que más nos interesa: nuestras experiencias (lo que, no puedes ser compartido mediante números y, además, nos permitiría discernir si nos comunicamos con avanzadas máquinas o con algún tipo de especie consciente). 
          La paradoja final concluye: si son totalmente distintos a nosotros, y por tanto no tenemos nada en común, la comunicación se vuelve imposible. Si finalmente resultasen ser iguales o parecidos a nosotros, la comunicación también sería imposible pues nada quedaría que comunicar. Sin embargo, en los distintos grados intermedios, surgirán las distintas posibilidades de la comunicación. 
          Y la tesis final reza: será en el propio proceso de la experiencia donde surja la comunicación. O dicho de otra manera: no hay nada previo que luego, mediante algún tipo de vehículo (el lenguaje) se comunique. La experiencia (compartida) surge en el proceso de comunicación. Y nunca al revés. 
          ¿Qué debemos entonces hacer? La respuesta es obvia, pero no banal: saber lo que quieren. ¿Cómo hacer esto? Mediante la interacción con ellos y mediante el uso de la imaginación. La conclusión final es inquietante, por obvia: hay que interactuar con ellos no de otra manera que como lo hacemos, día a día, con quienes no tienen nuestro lenguaje, como los bebés o los animales (prueba clara de que la comunicación con quien no comparte nuestro lenguaje, es posible). 
          A partir de este momento se abre la intervención del experto a las cuestiones del Gabinete y del resto de asistentes, en el intento de dilucidar la mejor forma de actuación y de clarificar al máximo las conclusiones del experto. En este intercambio activo surgen cuestiones como las siguientes: 
          -La necesidad de recabar la mayor cantidad posible de datos fruto de la interacción. 
          -La posibilidad de establecer un cierto equilibrio ecológico con ellos en el planeta. 
          -Se problematiza la cuestión de los necesarios protocolos o prácticas de experimentación para la comunicación. Dado que “vamos a ciegas”, se reitera la necesidad del uso de la observación y sobre todo de la imaginación en el avance de hipótesis de sentido. 
          -“Mirar desde fuera” para tratar de trascender los códigos propios con el objetivo de abrirnos a lo inesperado. 
          -La cuestión de la actuación de acuerdo a la propia naturaleza, frente a la opción del disimulo o el simulacro: ¿debemos ser “nosotros mismos” en la interacción con “ellos”, con el fin de evitar los “mensajes erróneos”? ¿Cabe la posibilidad de lograr una interacción fructífera a partir de una estrategia del disimulo o del engaño? ¿Puede ser productiva esta ambigüedad? ¿Es esto posible si, tal vez, ya nos conocen? ¿Sería posible pensar en una economía del malentendido? 
          -Se problematiza el sistema de referencia dialéctico "ellos/nosotros" y "especie superior/inferior" en el que se ha instalado el debate, por restringir el enlace social a un marco biologicista (nosotros = humanos; ellos = extraterrestres, por ejemplo), limitando las posibilidades de pensar en un concepto de comunidad más complejo y heterogéneo.          -Se plantea también la cuestión de los “juegos de lenguaje” y de la preeminencia del contexto sobre la significación. El juego como margo para una interacción. 
          -De donde se sigue otra cuestión clave: la de saber si son curiosos; si, tal vez, podemos enseñarles cosas y despertar su interés, lo que lleva, de nuevo, a una hipótesis que se planteó en la sesión anterior: la seducción como estrategia de acercamiento y de comunicación. 
          Llegados a este punto, pasando aproximadamente veinte minutos de las nueve de la noche, se levanta la sesión en espera de más datos y de recabar la aportación de los próximos invitados para tratar la mediación y el protocolo para la gestión de los conflictos y así ampliar algunas de las hipótesis que con insistencia se han planteado en la presente sesión.

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